miércoles, 14 de septiembre de 2011

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Males de Artistas de Omar López Mato


Los lectores españoles pueden estar de enhorabuena. A mediados del próximo mes de octubre, la editorial Olmo Ediciones publicará en España uno de los mejores ensayos del laureado escritor argentino Omar López Mato “Males de Artistas”

Males de Artistas desarrolla la sutil relación entre creación artística y enfermedad. Vale preguntarnos qué parte de la obra de Borges, Milton o Joyce nos puede sugerir su discapacidad visual y qué parte de la obra de Coleridge o Cocteau, sus adicciones. La enfermedad y su influencia sobre la capacidad creadora es y será un tema opinable. Muchas veces no tiene una influencia directa. El artista suele moverse dentro de cánones estéticos y sociales que condicionan y promueven su trabajo. Otras veces la enfermedad regula su ritmo creativo y los motivos elegidos.
No podemos aislar a Munch de su madre y sus hermanas muertas por tuberculosis, ni a Piranesi de su hijo precozmente desaparecido. Joan Miró tenía períodos de inactividad alternados con momentos de hiperactividad de acuerdo a las variaciones cíclicas de su timia.
Muchos padecieron serias enfermedades mentales que desorganizaron su personalidad: Meyron era esquizofrénico, Nietzsche sifilítico y Schumann depresivo, mientras que otros, probablemente los más, sufrieron los avatares de sus males y minusvalías sin que podamos, a ciencia cierta, atribuir la génesis de sus obras a dichas patologías. ¿Cuántos versos seductores se escondían en el pie contrahecho de Byron? ¿Cuántas de las extravagancias y maratones amatorias del poeta eran sólo una forma de demostrar sus ansias de superación a pesar de su minusvalía?
“La belleza no es una calidad intrínseca de las cosas” nos dice Hume, “existe meramente en la mente del que las contempla” y esa mente puede estar enferma o sufrir distorsiones propias de procesos perceptivos diferentes a la media de la población. Quizás el ejemplo más contundente sea “el parentesco de la visón” que hermanaba a los pintores impresionistas, tal como describió Émile Zola. Cezanne, Monet, Pisarro, Matisse y Lautrec eran todos miopes. Gran parte de las características de la pintura de los impresionistas (bordes esfumados, falta de nitidez, imprecisión de las imágenes) son las mismas que sufren los miopes, que no enfocan detalladamente las imágenes a distancia. Esto no quiere decir que toda la pintura impresionista sea una cuestión de ametropías al igual que no le podemos echar la culpa al astigmatismo de El Greco del alargamiento de las imágenes, cuando el Manierismo propugnaba la deformación de las mismas para compensar errores de perspectiva.
En la génesis de un estilo en particular puede participar un error de apreciación pero este no explica de por si la totalidad del fenómeno estético.
¿Podemos atribuir a la ingesta de un medicamento la predilección de Van Gogh por el amarillo? Resulta que para tratar la epilepsia del artista (circunstancia que explicaría las actitudes violentas de Van Gogh), éste era medicado con digitalina, una droga que aun hoy se usa para el tratamiento de la insuficiencia cardiaca. La sustancia en cuestión induce una exaltación del color amarillo, llamada xantopsia. Los cuadros de la última época del artista abundan en este color que ilumina la obra de Van Gogh. ¿Casualidad, coincidencia o motivación inconsciente? ¿Lo sabía acaso el artista? Curiosamente, la última obra que pintó Van Gogh retrata a su médico tratante, el Dr. Gachet, que, con ojos soñadores, sostiene distraídamente una flor. Es la digitales purpúrea o campanilla, planta de la que se extrae la digitalina.
El arte refleja la vida y esta no podría llamarse así sin la enfermedad.
El creador bucea en sus experiencias para dar forma a sus obras y entre ella se adivina, a veces, sutil e imprecisa y, en otros casos, profunda o indeleble, la influencia de la enfermedad.
La historia de la humanidad ¿hubiese sido la misma sin estos jóvenes románticos de pulmones destruidos por la tuberculosis?
De no haber sido por su hipoacusia, Beethoven se hubiese dedicado, muy probablemente, a hacer carrera como concertista o director de orquesta. Sus dificultades auditivas abortaron su carrera de intérprete para dar lugar a un rico proceso creador.
¿Habrá sido la megalomia sifilítica la que empujó a Iván, Zar de todas las Rusas, a ser recordado como “el terrible” o al piadoso Enrique VIII a convertirse en cabeza de la Iglesia de Inglaterra y ser evocado por la crueldad que mostró con sus muchas esposas? ¿Puede separase el compromiso neurológico sifilítico de la obra de Maupassant y de Daudet?
¿Pudo la lúes cuaternaria impulsar a Nietzsche a declarar la Muerte de Dios? ¿Qué oscura enfermedad indujo en Goya a plasmar los horrores de la guerra?
Hasta hay quien opina que las jaquecas intolerables que sufría Pascal lo empujaron al misticismo que tiñó su obra.
El proceso creador metaboliza la realidad del artista impregnada por su percepción del mundo. Cuando la obra generada implica una concepción renovadora o se convierte en la síntesis de una época está trascendiendo los estrechos límites de los especialistas para volcarse al gran público imponiendo modas o gustos estéticos. En el siglo XV el raquitismo entre las niñas de la sociedad había impuesto un canon de belleza donde se destacaba la frente olímpica, los ojos saltones, las piernas en sable y el vientre de batracio como sumun de la hermosura. Así se lo ve en los cuadros de Cranach. La flacidez de las carnes y una tendencia al sobrepeso con celulitis ensañada en nalgas y muslos era el canon estético de Rubens, que exalta estas voluptuosidades en señoras de alcurnia (las retratadas en Las tres gracias fueron sus dos esposas) que tenían la posibilidad de comer todos los días, gracia de la que no gozaban las mujeres de menores recursos. De allí que la obesidad, con celulitis incluida, adquiere un valor de condicionamiento social que pronto habrá de perderse a favor de la flaqueza extrema y piel descolorida propia de las sufrientes damas del romanticismo, hostigadas por la tisis…
La enfermedad fue y será una fuente de inspiración y modificación del proceso creativo, consciente e inconscientemente. A veces es evidente, otras necesitan de una interpretación semiológica propia del especialista, donde se entra en el resbaladizo terreno de las interpretaciones personales. De una forma u otra no podemos desconocer a la enfermedad como un motor del proceso creativo, aunque más no sea para enaltecer el esfuerzo del artista ante las desventuras y las adversidades.